jueves, 17 de mayo de 2018

De una serie de asociaciones mentales que he ido haciendo en la cama, pues tengo insomnio, he venido a dar en un libro de Unamuno que se titula "Del sentimiento trágico de la vida". A Unamuno se va y se vuelve, nunca se queda uno con él porque es rarísimo, de un pensamiento extraño e infeliz. El título del libro dice mucho. Yo lo leí hasta la página cuarenta o cincuenta y no entendí nada. Unamuno andaba siempre a vueltas con eso de tener que morirse, la fama, la inmortalidad, la razón y la fe sin darle respuesta adecuada a nada de todo ello. Fue socialista, republicano y luego apoyó a Franco para rechazarle después. Era un hombre que no tenía ideas fijas y la duda prendió tanto en él, que no se resolvió en vida con nada. Habló mucho de España y de lo español y europeo, de Castilla, de tantas cosas que no sabía ya de lo que escribía. Escribió nivolas, teatro y poesía. Escribió para su prole con ideas siempre las mismas: la existencia, la esencia, el otro, la identidad. Un rollo. Yo he leído sus nivolas. Son curiosas y  a mí me parecen un poco pueriles en su concepción. Un cura que no quiere ser cura; una cuñada que quiere ser madre sin parir; un personaje que se rebela contra el mismo Unamuno, su autor; Sandalio, el jugador de ajedrez, etc. Unamuno el raro, el que no se doblegaba a nada, el que no sabía quién era, el que no quería morir. El que murió del humo de una estufa.

El que mucho duda, mucho piensa.

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