viernes, 22 de diciembre de 2017

Me dispongo a escribir la historia de un punk. Ya no hay punks, por lo menos con el aspecto que tenían cuando surgieron, con sus crestas, sus botas o sus chupas de cuero. Por eso yo quiero hacer resurgir ese afán contestatario que tenían los punks. Será que la realidad que vivo no me gusta y tengo que inventar a alguien diferente. Yo ya no veo punks o gente disfrazada de algo que había en los ochenta en España. Los llamaban siniestros a los que iban con gabardina y les gustaba el tema de la muerte. Los pijos iban con ropa de marca y los pantalones pesqueros. Los rockers llevaban el flequillo engominado. Todos y cada uno de ellos querían expresar algo. Ahora parece que la gente expresa lo mismo: un aburrimiento supino sobre la vida. Todos hacemos lo mismo a las mismas horas. Esa forma de vestir iba más allá de la música y expresaba algo, algo de la personalidad del que vestía así. Todo ha ido desapareciendo a la vez que surgió OT y sus cantantes de lo mismo, todo amor y desgarro sentimental huero. Antes, las canciones estaban rodeadas de un significado que se extendía más allá de su entonación. Los grupos de música creaban tendencias más allá de la música. El punk que yo voy a crear es un disfraz que me permitirá criticar agriamente el modo de vida que llevamos tan formal, tan viejo, tan obsoleto. Creo que debe venir una época en la que volvamos a ser intransigentes e incorrectos, en la que la imaginación tome las calles sino el poder que ahora está totalmente en manos del dinero. Por eso creo un punk. No una banda de punks sino un punk que expresará lo que yo creo de esta sucia sociedad que nos tiene a todos marcando el paso.
Leyendo "El idiota" me doy cuenta de cómo se rellenan páginas y páginas (hasta 700) de unos diálogos insólitos de unos personajes rarísimos (debe ser el alma rusa). Dostovieski tenía la pluma fácil y yo no. Debo hacer lo posible por escribir, escribir y escribir.

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