martes, 14 de noviembre de 2017

Hace ya veinte años que mis profesores me advertían que España se está desertificando. Yo no entiendo de trasvases de agua de los ríos pero me da que se abusa de esas cuencas para regadíos, que se pierde mucha agua por codicias particulares. No llueve. Desde hace diez años suele llover una vez al mes y en trombas. Los suelos pierden nutrientes, los bosques se calcinan por el calor intenso de los veranos o se los quema por intereses urbanísticos. Habrá un año en que empiece a llover de veras.
Por lo demás, estos días de sol dan para beber cerveza, charlar en las terrazas, pues no hace excesivo frío, y estar en la calle. Los inviernos son cálidos cuando me contó una profesora que los inviernos de la meseta suelen ser duros.
Esto influye mucho en la gente, que se cabrea por este sol inmisericorde que luce todos los días del año.
Este azul del cielo que no se quita de la vista trae al alma demasiado ansia de plenitud que luego no se cumple.
Estos días secos y soleados traen pena a la mente del ciudadano, que no ve más que el polvo de los árboles, el polvo que se pega a las plantas, la luz que hiere sus ojos sin compasión.

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