viernes, 29 de septiembre de 2017

Me levanto por la mañana y el monstruo sigue ahí. Repaso los conocimientos que tengo para pasar otro día que se duerme según avanza. Hay conocidos que trabajan a esta hora, que tienen ocupado su tiempo en una labor valiosa. Yo empezaré otra novela en cuanto termine la que escribí este verano, la historia de mi vida. Pero mientras, la vida me atrapa en un sinfín de laberintos infames que anidan todos en mi cabeza. Y no sé la salida, no la veo por ninguna parte.
Tendré que sufrir mi forma de ser ya que la vida es una historia contada por un niño o un idiota, llena de ruido y de furia y sin significado. Eso es lo que significa la vida: su falta de significado. Por más que nos esforcemos los seres humanos no vamos a encontrar la satisfacción del sentido de la vida aunque algunos digan que les espera un dios al acabarla.
Venimos al mundo sin saber por qué y nos vamos de él también sin saber por qué y mientras, nos debatimos en luchar por ver qué es esto que nos rodea y nos esculpe, que nos devana y nos acerca a algo que nunca sabemos lo que es. Es el signo del ser humano: no saber nada, como dijo Sócrates, no saber lo que hacemos ni por qué lo hacemos. Sabemos que hay leyes pero no sabemos la raíz última de las mismas. Sabemos que hay maldad y nos asombra su existencia sin saber qué la otorga ese misterio. La maldad, la bondad, el bien y el mal son arcanos a los que no llegamos con nuestra pobre alma ni con nuestra pobre inteligencia.
Todo lo dejamos al albur de los dioses o de otras inteligencias que han estado en este mundo quizás a arrojar un poco de luz a lo que llamamos vida e historia del hombre pero tampoco nos fiamos de esos seres privilegiados que sí parecían saber en qué consistía la vida.
Lo nuestro es pasar, pasar. Van a venir días y días y nosotros pasaremos. Unos, pendientes de su belleza; otros, dando vueltas a los conceptos que nos aterran y nos superan. Y todos, todos, ricos y pobres; guapos y feos; desgraciados y afortunados, lo único que habremos hecho será pasar. Pasar como el agua o como el viento por el mundo porque somos motas de polvo, somos la nada hecha representación en forma de seres humanos fugaces e intranscendentes.
Así, todos, alguna vez, con éxito o sin él en la vida, nos preguntaremos: ¿qué hago yo aquí? Y un silencio asombroso, un silencio sobrecogedor nos hará helar el corazón cada vez que preguntemos algo así. Cualquier ser humano quiere saber qué hace aquí, qué juego es este, qué dolor se acumula en el costado producido por la vida pero nunca lo sabrá. Es el misterio de la vida, ese que anda por las cabezas de la gente de cuando en cuando para quedarse sin resolver y crea una angustia atroz por unos segundos.

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