viernes, 1 de septiembre de 2017

El desánimo cunde pues la soledad cada vez es más sonora. Hoy viernes no hay ni un indicio de fiesta ni de pasarlo bien. Simplemente, lo de siempre. Hay perros que ladran a la luna con la ansiedad de los solitarios y siempre acuden a la plaza pública a hacer saber a los humanos su soledad. Hay fiestas en algún rincón de la ciudad, las oigo, veo cómo se forman desde por la mañana pero yo no estoy invitado, yo solo soy un espectador de uñas muy bien pintadas y labios sensuales que se agitan en una terraza de verano de grandes dimensiones.
Yo solo soy como un viejo al que se le mira con pena, un viejo al que ya no invitan  a las fiestas porque no va trajeado ni a la moda. Yo me siento infeliz de no pertenecer ya a un grupo, un gran grupo de amigos con el que todo fuera posible. Solo conozco a unos mendigos y a unas cincuentonas tristes que solo hablan de los bizcochos que compran en el súper y de su orina triste.
Es penoso haber llegado hasta aquí. Pero no me quejo. Voy viviendo, voy viviendo y espero solo un poco de vida, el suficiente, para seguir muriendo.

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