miércoles, 23 de noviembre de 2016

Archivadas varias causas que tenía pendientes en lo hondo de mi cerebelo, saco como veredicto que una persona a la que quiero se ha convertido en esfinge: o sea, una figura que no se sabe muy bien qué es. De todos modos, yo seguiré como si nada, a ver si esa esfinge se traduce en cara limpia y rosada para mejor apreciación.
Me cuenta un amigo que lleva cuatrocientas páginas de una novela. Y yo me ando con apreciaciones torpes sobre la mía no dándole el impulso que debería. Mañana me planteo escribir a destajo hasta tener veinte folios escritos de la historia.
Hoy no me he levantado a la hora pero he hecho mi ejercicio del día. Esto es, ir hasta la otra ciudad lindante con la mía y volver.
La felicidad es esa cosa que siente uno y no se da ni cuenta y es esa cosa que desean los infelices sin alcanzar nunca. Por tanto, daremos la felicidad por inexistente y dejaremos de preguntar por ella y desearla ya que cuando uno es feliz, ni se da cuenta de ello por el estado de gilipollez de que va acompañada y el que la desea se harta a desearla y nunca la tiene.
Deseemos no hacer el mal a nadie, andar mirando el dinero pues nunca fuimos ricos y tratar de acostarnos con al vientre lleno para no dar muchas vueltas en la cama y nos deberíamos dar con un canto en los dientes si conseguimos esas tres cosas que no es poco según andan las cosas en las repúblicas del mundo.

Si no te sientes bien, mira el minutero con paciencia.

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