lunes, 14 de septiembre de 2015

Morirse es la última cosa que hacemos obligatoriamente en nuestras vidas. Nos morimos solos. Hay que hacerlo, sobre todo, con la conciencia tranquila. Si se muere uno de muerte brutal, uno ni se da cuenta de ello y se va uno como se vino, haciendo el bruto. Si se muere uno en la cama, reconfortado por algún ser querido, se muere uno fetén, se muere uno como la Gloria.
Morirse no duele, lo que duele es la enfermedad que te mata. Morirse es un pequeño tránsito que resulta horroroso imaginarse pero que da tranquilidad muchas veces en que la vida nos es penosa y horrible de vivir.
Morirse ni se piensa en los días en que somos felices y disfrutamos de la vida pero hay personas que siempre, como una obsesión, tienen la muerte presente amargándole el dulce de la vida feliz.
Morirse es ley, es obligación y es la democracia más perfecta que existe. Muere el pobre, pero también el rico. Muere el oprimido, pero también el opresor. Morimos todos y no hay mayor igualdad que esa.
Morir es triste porque no sabemos qué hay allá detrás.

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