martes, 14 de julio de 2015

Ando por la casa de noche en una atmósfera cargada de calor. Hay un niño que llora todas las noches de este verano. Mañana no tengo donde ir. Otra vuelta a la noria mañana. Todo resulta intranscendente y como clavado en un reloj. Van a dar las doce. Hay un señor por la calle que parece que va buscando algo en el suelo: una moneda quizás y se pierde la calle abajo. Hay parejas en las terrazas que descuartizan su aburrimiento a pequeños trozos como el que destaza un gorrino. Hay dos vecinas que se cuentan los pequeñísimos acontecimientos del día como si no valiera simplemente vivirlos sino que hubiera que recontarlos en sus detalles más insoportables. Yo no sé que hacer con el verano. El verano es un asunto que trae algunas veces malas irritaciones en la cabeza hasta el punto de volverla dolorosa y aturdida. En el verano se rompen muchas cosas: jarrones, almas, caridades y corazones para no juntarse más. El verano trae el calor necesario en el aire para volver loco al más cuerdo, tonto al más listo, triste al más inocente.

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