martes, 9 de junio de 2015

El verano hace que el tiempo o la concepción del tiempo cambie. El calor que sufrimos durante todo el día nos hace anhelar la noche para poder vivir a gusto y entonces no nos entran ganas de dormir porque se está fresquito por fin. Nos acostamos tarde. A la hora del mediodía o después de comer procuramos estar bajo techo, al resguardo del calor central, del sol imperioso. El calor condiciona nuestra actividad y a la hora de la siesta la gente desaparece de la calle y por la noche, en la alta noche, se oyen ruidos que en el invierno no se oían. Las horas parecen más largas pero llenas de calor o por ese calor se hacen más largas. Los días nos cansan por ese calor o por esa extensión de las horas de luz que solo se apagan a las 9 o 10 de la noche. El verano es laxo, las costumbres se relajan. La gente va en calzoncillos o en bragas por la casa, el sexo huele más, parece que hay más ganas de juntarse, abrazarse, echar un polvo. Por la calle los cuellos se tuercen para mirar las desnudeces de aquella chica que en invierno no habría causado tanta atención. Lo vamos enseñando todo. Todo parece posible en verano. En verano da igual una cosa que otra, en verano no hay etiqueta ni protocolo. Dulce verano como un melón.

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