viernes, 13 de marzo de 2015

Mientras yo le hablaba al médico analista, vi que apuntaba en un folio en blanco: "taedium vitae". Yo sabía latín, así que supe en ese instante que mi vida se vaciaba como el agua de un wáter en el ocio y la nausea existencial. Mis músculos, por la mañana, estaban inertes a fuerza de inacción. Mi mente, durante muchos momentos del día estaba vacía y agotada de rumiar el mismo pensamiento repetitivo. Taedium Vitae: el tedio de la vida, el aburrimiento, en suma. Una insignificancia interior me decía que yo estaba de más en el mundo pero veía a otros que también lo estaban. Lo que pasa es que yo sufría ese estado de inutilidad vital y los otros lo llevaban mejor. Taedium vitae: no encontrar a la vida su jugo fundamental, su sentido. No era cuestión de dinero, ni de horarios ni de nada: era cuestión de una forma de ser: yo era aburrido o tenía tendencia al aburrimiento, la vida se mostraba ante mí como una serie de horas que había que pasar sin ningún aprovechamiento y que se iban sin más, haciendo el tonto cada vez más, entristeciéndome en el tiempo, no sabiendo cómo capear lo indicado por el reloj: esos minutos, horas que pasaban sin saber cómo ni por qué. Taedium vitae: dos palabras que lo decían todo: aburrimiento vital.
Si te aburres, no eres tonto. Vives una situación incómoda.

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