domingo, 15 de febrero de 2015

Ayer fui yo al Kentuky y estaba un poco contristado por la poca gente que veía en la calle, que daba tristeza; por haber medio regañado con Eva; por ver que la vida no es como yo quiero algunas veces y la primavera se hace esperar. Me encontré allí con un viejo amigo, Fierro. Charlamos. La gente de menos edad que yo no ven en la conversación un consuelo para los males. No ven un consuelo en hablar porque ni saben ni quieren hablar con nadie: no va con ellos, no les interesa. Prefieren estar todo el día diciendo gilipolleces o mirando el móvil.
Pero yo necesitaba hablar con alguien amigo.
No hablamos de nada en especial; hubo, sin embargo, un conocimiento de pareceres, de cosas en común que fueron saliendo. Los dos pensamos más o menos lo mismo sobre lo mismo y en la charla se vio reflejada esa solidaridad de las ideas, de los pensamientos y sentimientos. No importa lo que se habla sino de acercar los corazones. El, Fierro, vive una vida bastante solitaria y yo también a lo largo de la semana. Vemos las mismas cosas. Es como si esa charla la hubiera tenido con alguno de mi pueblo que me conociera bien y me tuviera afecto y yo por él, como vecinos de un mismo lugar, como amigos. Sé que a mi hermano Paco no le hace falta esta comunión de ideas pero a mí sí me hace falta algunas veces. Y la tuve. Y me vine más contento a casa, el corazón más ligero. Si tienes un problema, lo descargas con la lengua.

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