sábado, 17 de enero de 2015

La que quiera vestir de celeste, que le cueste, como dice la sudamericana camarera del bar de abajo. Yo, que pretendo salir en los libros de texto de literatura junto a Antonio Machado, Unamuno o por lo menos junto a Baroja, lo llevo claro. Porque ni tengo estilo ni tengo ingenio ni para salir en el tebeo. Voy haciendo mis cosas, como los niños chicos y poco a poco, quizás, si renuncio a esta vida de jubilado acomodado en la ociosidad, llegaré a buen cabo y me harán caso las editoriales y publicarán un libro mío que sea ejemplo literario de posteriores escritores y se tomará como ejemplo de estilo y discreción narrativa. Mis historias no tendrán rival. Yo soy tu artista preferido y tal y tal. Pero no. Yo no pasaré a la historia de la narración, ni siquiera de la historia de juntar palabras una tras otra como el que juega a las canicas por mucho que me empeñe. Uno ha de nacer con unas cualidades digamos innatas, que hagan que lo que se escriba sea de mérito. Yo no soy un Verne ni un Salgari. Soy un Ismael, ese que va por la calle pensando en qué hacer de comer, no en aventuras extraterrestres. Así que así no hay historia que resista la lectura del más pobre de los lectores.

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