lunes, 10 de noviembre de 2014

Acabo de llegar de Toledo. Si no fuera por mi novia yo no iría a ningún lado. Lo digo en sentido literal y figurado. Las calles de Toledo son estrechas y largas para dar sombra en verano. Ha hecho frío en Toledo mientras caminábamos siguiendo a una guía que nos ha enseñado monumentos, subterráneos llenos de historia como unas termas romanas, unos baños árabes, la casa de un converso judío, etc. Nos ha dado datos de la Edad Media, siempre la Edad Media, de lo guarros que eran los cristianos, la estatura que tenían, como vivían, etc. En resumen, no nos contó grandes historias sino la intrahistoria de Toledo, de la gente que andaba meando en el locum, bañándose, etc. De guerras no ha dicho ni una palabra y Toledo las debe de haber sufrido mucho. Ha hablado mucho de religiones y de los que comportaba ser esto o lo otro. Luego hemos dado paseos que siempre acababan en el Zocodóver, hemos comido muy bien y el hotel era muy bueno pero a mí me ha vencido a ratos la apatía, esa apatía que ya me acompaña a los lugares. Si tienes algo que te impide sonreír, sonríe a la fuerza.

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