miércoles, 27 de agosto de 2014

No sabemos lo que nos pasa. Porque si lo supiéramos, ya lo habríamos enmendado por nosotros mismos. Cuando la tristeza, ese termómetro del alma, cunde, hay algún problema rondándonos. Y quizás nosotros, los tristes, no tenemos solución para ese problema que hace surgir nuestra tristeza. Hay espíritus tristes en la vida que no se recuperan nunca de su tristeza, llamémosla, congénita.
Yo, hace mucho tiempo, era alegre quizás porque no pensaba, porque no me daba entera cuenta de cómo era la vida de mezquina y agria. Luego, no sé  por qué, me he vuelto triste; apelmazada mi sonrisa en un rictus forzado, casi ya no se reír, no digamos soltar la carcajada. Ya no me río. Lloro todos los días que contemplo lo mismo con variaciones tontas que da el tiempo: calor, agua, frío. La gente que veo me parecen trapos andantes sin sentido. Pero soy consciente de que otras personas están en otra onda: se ilusionan por las cosas que hacen, ríen, son vitales pero esa onda la he perdido yo hace mucho. Vivo a traspié de la vida y un día tropezaré con ella o asentaré el paso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario