lunes, 30 de junio de 2014

Escribir es una arte solitario, meditativo y terco. Cada equis tiempo, el cuerpo me pide escribir. O la mente, no sé. Tampoco sé que efectividad tiene el hecho de escribir en mi vida o en la de los demás. Ir juntando palabras para contar historias debe tener un refrendo intelectual bastante elevado; quiero decir que la metafísica del contar historias debe ser algo importante pues hasta Dios mismo acudió a ese recurso para contarnos cómo creó el mundo y lo que luego pasó en él. Todo el mundo se la pasa contando historias desde pequeño hasta que se hace viejo. Yo creo que el oficio de escribir se basa únicamente en llenar de cierta estética esas historias que todos los humanos nos contamos unos a otros en el devenir de los tiempos. Ser escritor no es nada nuevo. Más bien viejísimo. Al dictado de Dios y de los dioses helénicos Homero y los profetas y los escribas de la Biblia nos fueron contando miles de historias que han perdurado hasta hoy. Las historias que se cuentan hoy en día son menos trascendentales pero tienen el poso de aquellas milenarias. 

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