viernes, 7 de marzo de 2014

Si un trozo de felicidad, como si se escapara por una criba, cayera en nuestras vidas y nos dotara de una energía nueva, no conocida antes y quisiéramos hacer grandes cosas como subir una montaña aunque fuera en taxi, para respirar el cielo puro allí en la cima y después pasear por la plaza de un pueblo desconocido, aunque en este pueblo no hubiera más que viejas apostadas a la puerta de sus casas y nos remiraran como diciendo qué hace este hombre aquí. Y luego nos subiéramos al taxi y le indicáramos al conductor que nos llevara a algún sitio donde el mar hace un juego con las rocas como si se tragara la tierra el mar y lo devolviera y allí quedarnos hasta el amanecer viendo cuán maravilloso es lo inusual en nuestras vidas. Y luego dormir hasta que nos apetezca y no tener otra cosa que hacer que cubrir nuestras necesidades y luego escribir de ello, de esa ración de vida libre y fugaz y alegre que ha habido en nuestra vida por una tarde o un par de noches. Y estar en la carretera como el que está en algún cielo no homologado por la iglesia.

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