viernes, 7 de febrero de 2014

Estoy deseando ir al pueblo pero como a los toreros, el tiempo (meteorológico) lo impide. Yo no voy a ir al pueblo a meterme en un bar a ver cómo llueve o cómo el termómetro en la calle marca lo prohibido. La última vez que estuve hizo lo suficientemente bueno para ir a la ermita andando. Espero a que el tiempo mejore, pues.
En el pueblo las cosas no cambien o cambian muy poco. El reloj no desgasta las costumbres o las transforma. El lunes va a trabajar el que puede pues es un privilegio el trabajar y el domingo va al bar el que puede pues es otro privilegio asociado al trabajar según están las cosas por allí. La crisis ha hecho estragos en las costumbres que se habrán acomodado a otro tipo de economía pues allí los recortes y la austeridad sí que son de verdad y meten miedo en la gente.
Yo he visto en verano, en el pueblo, el año pasado, que suele ser una estación de mucho trasiego de gente y de líquidos que la cosa no andaba ni medio bien. No vi gente, no vi comercio, no vi alternar como otros veranos se hacía. Me aburrí como un hongo por esa cuestión. En invierno, se recrudece el arrugamiento de la gente y de las cosas. Tengo ganas de ir pero no tengo prisa.

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