martes, 19 de noviembre de 2013

Estoy aburrido porque no sé qué hacer en toda la mañana. Es como si la mañana fuera un monstruo que me tragara en sus entrañas y yo no pudiera salir. Voy de un sitio a otro, dentro de la mañana, y no sé dónde ponerme. Es como si el Leviatán me hubiera engullido en su absurda barriga y allí estuviera a disgusto porque no me puedo mover ni hacer nada.
Es difícil decir que no a una pensión que me dan por no hacer nada pero también es difícil no hacer nada. El hombre siempre persigue alguna actividad.
Hoy me he levantado y enseguida que me he puesto de pie, he dicho: ¿qué hago?
Y no he hecho más que cosas absurdas como hablar con uno de la once, tomarme un café, leer el periódico por encima y volver a casa a seguir aburrido. El limpiador de la urbanización me ha advertido que por la mañana temprano hace mucho frío que es cuando yo estoy metido en la cama. ¿Para qué madrugar? Se supone que un escritor debe levantarse por la mañana temprano y pelearse con sus personajes y sus historias pero yo no soy peleón. Yo dejo que los personajes sigan su corriente pacífica, su modo de ser.

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