martes, 19 de noviembre de 2013

A veces la vida se para. No sabe para qué está hecha y se para.
En los ojos del portador de esa vida aparece una mirada parda y caída porque no hay motivos para la satisfacción. La vida entonces es como un espantapájaros del que cualquier pájaro hace burla.
El que lleva esa vida parada anda, pero anda sin rumbo, no sabe dónde está la respuesta de esa vida que lleva a la espalda, que yace como un saco que pesara con inmundas y estériles piedras.
Eso es lo que llevo yo algunos días a mi espalda: un saco lleno de piedras que soporto toda la mañana para que por la tarde, a lo mejor, pueda descargarla en las manos de alguna persona que me dé su cariño y compañía como se le da a un niño un caramelo cuando se aburre. El niño chupa el caramelo y olvida su disgusto. Yo chupo una conversación que no sabe a nada pero me da compañía, me anima a seguir viviendo porque veo que otros tienen razón de ser, su vida no se ha parado como la mía todas las mañanas.

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