lunes, 12 de agosto de 2013

En el aluvión de sucesos humanos que ocurren día a día me sorprendió lo que voy a contar.
Emilio Contreras, un hombre de lo más normal, medio analfabeto por proceder del medio rural y haber nacido demasiado pronto y haber soportado los rigores de la dura posguerra española, se encontró un día de frente al juez por haber pegado una patada a un perro y haberle arrancado el belfo superior.
El perro lucía una falsa sonrisa estúpida que no gustaba a su dueño, un terrateniente que pasaba unos días con su hija en una urbanización de lujo de los alrededores de Madrid. El dueño, asimismo, quería una indemnización por el daño causado al perro, de raza dálmata suizo.
Al juez le cayó simpático Emilio Contreras, que justificó su patada porque el perro le había lamido en la boca. 
El fiscal exigió una multa excesiva para Emilio. La multa fue de 2000 euros. La patada en los cojones que recibió el terrateniente a la salida del juzgado le dejó postrado más de un mes. Para el terrateniente no había multa suficiente para indemnizar este nuevo daño. Emilio pagó religiosamente otra nueva multa pero el daño ya estaba hecho.

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