domingo, 11 de agosto de 2013

Dice un lector de mi blog que en mis reflexiones, historias y confesiones que publico en él suelo ser pesimista, denoto tristeza, lloro sin consuelo y aburro con mis melancolías.
Yo, sintiéndolo mucho, no tengo mucho de qué alegrarme en este perro mundo al que fui arrojado.
Pero bueno, por una vez, aparentaré una alegría que parezca verdadera a los ojos de mis ínclitos lectores y dejaré las lágrimas habituales para otra ocasión.
No había despertado la alegre aurora con sus trinos tempraneros y su rocío impregnando los campos, cuando Ismael abandonó las sábanas y se echó a andar por tierras serranas. Allí, debajo de un sauce milenario se lavaba el germen de sus placeres una mocita aguerrida, acurrucada frente al arroyuelo.
Ismael quedó prendado de semejante belleza y ni corto ni perezoso, con los primeros rayos del sol tintando la espesura del viejo bosque, dijo a la mozuela:
-Nunca vi yo carnes tan firmes ni tan dulces en mi vida.
A lo que contestó la serrana:
-Pues mi naturaleza está muy fresca también y con deseo de la tuya, para que nos desperecemos esta mañana tan gentil.
Y echaron una pelea muy brava la moza e Ismael que nunca pensó que madrugar trajera tales venturas para su humilde polla. 
Dice el refrán: la felicidad es el cebo de la temeridad.

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