martes, 13 de agosto de 2013

Cuando uno se levanta por la mañana, ve los requerimientos de la casa (hay que hacer las camas, hay que hacer comida, hay que limpiar el baño, hay que barrer y fregar el suelo, hay que pasar el paño por los muebles, hay que ir a la compra...)
Luego vienen una serie de requerimientos personales quizás más peliagudos porque nos incumben a nosotros mismos y la voluntad es débil y el vicio, fuerte (hay que dejar de beber, de fumar, de trasnochar, me tengo que arreglar la boca, a ver si me apunto a ese curso tan importante...)
Y si en la casa habitan niños, todo resulta más incómodo, más atareado porque los requerimientos de los niños son odiosos, inevitables y tiránicos. El niño pide y pide sin consideración.
Y si hemos cumplido con la casa, con nosotros mismos y con los niños, nos sentamos en un sofá durante un rato hasta que el carrusel de lo doméstico se pone en marcha otra vez. Y no para.
Dice un refrán: ahógate o nada. Pero nadar cansa mucho y termina uno ahogado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario