lunes, 15 de julio de 2013

En el verano no hay mucho de qué hablar. El otro día leí un articulo  de un periodista de "La razón" que decía que el verano no le incitaba a escribir, más bien, le hacía recordar sus tiempos de vida en el pueblo en que las mujeres andaban excitadas y los hombres también.

La escasez de ropas que llevamos en los cuerpos en verano provoca más bien miradas de deseo que provocan a su vez una agitación de la libido que distrae de cualquier cosa, incluso del deber.

¿Y cuál es el deber en verano? Debemos trabajar para ganarnos el sustento, como siempre, pero dejando tiempo a la vista para mirar a esas mujeres que lo van enseñando todo y su figura se dibuja tras el traje dejándolas desnudas en nuestra imaginación.

El verano es así, digan lo que digan. El calor provoca en nosotros altos grados de estímulos sexuales a los que hay que dar salida. Ya sea a la hora de la siesta o de noche, cuando las luces de las farolas sustituyen pobremente al astro rey que tanto sudor ha causado durante el día.

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