martes, 28 de mayo de 2013

Había un filósofo en Toledo que se volvió loco y enseñaba a sus discípulos cosas extrañas, fuera de toda razón. Entonces, el rey quiso verlo. El filósofo iba muy desaliñado y con los pelos alborotados y las barbas largas como un chivo. El rey le preguntó cosas referentes a los libros y el filósofo supo hablar de todas esas cosas que vienen en los libros pero cuando el rey le habló de la vida cotidiana, el filósofo empezó a desbarrar diciendo que una verdulera mataría al rey que tenía presente de un cebollazo y que la reina pariría un gato negro que traería desórdenes en la ciudad.
El rey mandó que le encerrasen al filósofo en una estancia agradable y le dieran de comer aunque no quisiera.
El filósofo engordó y se rapó las barbas y se vistió de ropas finas pero su locura no declinó ya que no tenían en aquella época cura para la locura.
Un día, un discípulo pidió ver a su maestro el filósofo. Conversando con él vio que no decía más que disparates y se fue muy triste.
El filósofo vivió diciendo disparates pero un día acertó con un disparate: dijo que los moros tomarían la ciudad y así fue.
Los moros le trataron igual que el rey cristiano hasta que anunció que otro rey cristiano tomaría la ciudad. Entonces el rey moro mandó que ahorcasen a aquel gafe pero la ciudad no se libró de que la ciudad cayese en manos de los cristianos otra vez.
El filósofo tenía la verdad. Los reyes tenían el poder. El poder no dura, la verdad sí.

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