sábado, 20 de abril de 2013

Hawai es divino. Es un sitio donde el que veranea se siente halagado desde el primer momento. Hay que dejarse un buen dinero en propinas y tal pero el trato es de una solicitud que raya en la servidumbre. Hoy he estado en un campo de golf ensayando mi swing.
Cada persona, según mi bella instructora, posee un swing, pero yo no doy con el mío. Debo dejar mis brusquedades continentales y desarrollar el gusto por estas islas deliciosas para hallar mi swing.
Vivir en Hawai entraña toda un filosofía isleña. Aquí sólo se viene a disfrutar. Pero a mí me notan mirado con el dinero y ese miramiento casa mal con el espíritu de desprendimiento que hay aquí por todos los lados.
Será porque yo me crié en un pueblecito de Segovia y luego hice mi fortuna en Madrid que son lugares demasiado terruñeros y cicateros para ser descuidado con las perras.
Antes, probé a estar una temporada en Canarias. Pero Canarias no tiene ese carácter cosmopolita y alejado de las cosas mundanas que tiene Hawai.
Bueno. Me he comido una carne que guisan aquí los nativos con piña y está riquísima. Luego, me he echado la siesta y al despertarme he ido al banco a ver cómo iban mis cuentas, cosa que he de hacer a escondidas de mis amigos americanos porque es cosa fea mirar el dinero. He descubierto que unas acciones se han revalorizado un 300% y lo he celebrado con un combinado de los caros.
A la tarde me han llevado a casa de un millonario a ver "si me emparejaban" y me han presentado a una tejana del petrodólar que quitaba el hipo pero no me he entendido bien por aquello de lo mesetario de mi condición. La meseta la tengo en la frente como diciendo: ten cuidado con los forasteros y eso hago.
Mañana vuelvo a buscar mi swing mientras almuerzo unos sandwiches. Yo preferiría arrimarme a mi profesora de golf pues la veo dulce y paciente conmigo y me recuerda a una prima de Palencia. Le propondré algo mañana.

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