miércoles, 6 de febrero de 2013

En la vida, hay veces en que la situación en que vives y tu estado mental no cuadran, no están a gusto la una con el otro. Esta situación de inestabilidad, desenfoque o confusión la he vivido yo varias veces por el hecho de sufrir una enfermedad mental. A veces, es grave el deterioro que se produce cuando uno no encaja bien en la realidad y hace cosas o piensa cosas que le producen daño a uno y no sabe cómo salir de esos pensamientos y le tienen que ayudar a uno con medicación o uno tiene que tener fe en que el paso del tiempo remedie esa locura de uno. Pero mientras está en ese proceso de confusión interna, uno no se da cuenta de la misma pero sufre igual.
Cuando yo me iba dando cuenta de lo mal que me iba como profesor, daba igual que pasara el fin de semana con mi novia en La Granja viendo cosas bonitas porque yo estaba tan deprimido que todo me daba igual y caminaba como un autómata y pensaba siempre el mismo bucle obsesionante y destructivo. Todo era imaginarme ante los alumnos, salirme mal las explicaciones y vuelta a empezar. Así estuve un año en que la realidad en que yo vivía era hostil, laberíntica y deprimente.
No cambiaba la cosa el hecho de que yo pudiera seguir una conversación y dijera alguna cosilla como para distraer la atención sobre mi estado triste y desabrido. Yo sabía que lo estaba pasando mal y que la solución, por aquel entonces, no la alcanzaba. Me sentía incomprendido y solo ante mi problema. Y solo lo logré solucionar casi sin el consejo de nadie. Con la jubilación me liberé de muchas cosas y perdí otras.

Lo que pasa ahora es que cuando veo ciertos semblantes por la calle, me reflejo en ellos y veo en ellos las situaciones por las que pasé yo. Es el gesto que se refleja en algunas caras lo que me lleva a pensar que esa persona está pasando por una situación que la sobrepasa y su estado mental se ve aquejado. Hay algunos que logran disimular tal situación y otros que se hunden en insondables estados de postración.
Lo que quiero decir es que la vida se puede torcer y no dar tiempo a la mente a seguir esa nueva perspectiva que adopta nuestro nuevo modo de vida, quizás diferente o peor de en el que estábamos antes con lo que nuestra mente sufre.
Mientras yo estaba de interino, el oficio de profesor era algo no pensado por mí. Solamente yo lo ejecutaba. Cuando empecé a fallar en mis clases, no paraba de dar vueltas al hecho de ser profesor y concluir a cada paso que estaba lleno de obstáculos insuperables por mí. Pensaba mucho en la burocracia docente, en la gravedad de los exámenes, en la opinión de los padres como impedimentos de mi tarea cuando antes ni se me ocurría pensar en esa gravedad. 
Hay pensamientos altamente incapacitantes cuando uno tiene la mente predispuesta a que todo te resulte difícil o imposible y una situación de optimismo vital derriba muchas trabas a la hora de llevar algo a cabo.
Hace quizás un par de meses, la realidad que yo vivía no encajaba bien o del todo con mi manera de pensar o sentir las cosas. El hecho de escribir yo una novela no lo valoraba, mis amistades no me satisfacían, pensaba que no hacía más que perder el tiempo, deseaba emplearme en algo más útil. No sé. No iba yo con los tiempos en que vivía. El caso es que con la entrevista que tuve con Antonio Salgado, mi antiguo compañero de estudios universitarios, y nuestro intercambio de blogs y las valoraciones que me hizo sobre mi blog, salí de ese bucle de inutilidad en el que lo metía yo todo y vi que alguien valoraba lo que yo hacía y empecé a sentirme bien con lo que hacía. No en vano, la primera utilidad que tiene la literatura es para quien la escribe, que se entretiene. Luego da igual si lo lee alguien o no. El caso es que has formado un mundo circular y con sentido cuando pones el punto final a la historia.
Así que ya he visto yo cómo he salido de una situación en que mi mente distorsionaba una realidad halagüeña para volverla mala y por fin, cuando hago algo, aunque sea despertarme a las once, no tiene ya esa connotación inútil y perezosa que yo antes le daba.




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