domingo, 20 de enero de 2013

Me pasa siempre:  durante media hora después de levantarme estoy preguntándome por qué me he levantado tan tarde. Y se origina en mi espíritu una lucha existencial en la que me lamento de haber perdido al menos tres horas de vida metido en la cama sólo notando el calor de las sábanas y una ligera inconsciencia al dormitar hasta las once u once y media. Pero pasada esa lucha en que me acuso de vago, dormilón e irresponsable, se me va pasando esa lucha o sensación de mi cuerpo y de mi alma y dejo que la mañana pase tranquila hasta la hora de comer. Todos los días suelo sufrir esta transición de sentir haber malgastado tiempo a notar que la mañana sigue su ritmo normal. Si yo me propusiera tareas que hacer, me despertaría antes. Otra de los sentimientos negativos que acuden a mi mente es la comparación de mi ritmo de vida actual al ritmo de vida que llevaba como profesor. Cuando era profesor, me solía levantar entre las seis y las siete de la mañana para ocupar casi dos horas en transporte público (pues yo no usaba coche) hasta llegar al instituto donde daba clases. Las empleaba en el vagón o escribiendo alguna historia cuando estaba inspirado ( y a esas horas no solía estar inspirado) o leyendo el "20 minutos". Cada vez que veo ese diario casualmente me recuerda invariablemente a esos trayectos larguísimos en metro o tren y recuerdo que solía sacar algunas veces un cuaderno y me ponía a escribir las sensaciones del día o algún resabio que tenía yo sobre algún tema que me andaba por la mente. Actualmente, a las doce del mediodía pienso: "ahora estaría yo metido en una aula dando clases. Serían buenas o malas pero estaba ocupado".

Resulta que tengo recuerdos muy buenos de algunos cuadernos que fui llenando durante todo el curso y que guardo por ahí y no dudo de que tengan alguna validez literaria. Un clásico era la descripción de situaciones absurdas en la que un novato entraba a trabajar en una institución. Creo que una vez llegué a escribir unas liras muy apasionadas a una alumna de la que me enamoré. Siempre había en esos cuadernos una oda satírica dedicada a cada instituto en el que me encontraba en la que ponía de chúpame dómine a los profesores que trabajaban allí. Y así iban transcurriendo los días en el instituto, entre la preparación de clases, su impartición, los exámenes, las sesiones de evaluación y las idas y venidas en los vagones del cercanías.

Que yo me levante más temprano dependerá de la tarea que me imponga nada más vestirme. El frío que corre por casa a esas horas es un mal aliado para incorporarme pues noto el tibio roce de las sábanas persuadiéndome de seguir allí metido. Dicen que en febrero busca la sombra el perro. Esperaré a ese mes para plantearme hacer ejercicio al levantarme o quizás ponerme ante el ordenador y escribir algunas páginas de mi novela. He notado tiempo atrás que si se hace ejercicio en la mañana, la mente deja el embotamiento de las horas nocturnas y se esclarece, lo que viene bien para la actividad intelectual posterior. Entonces mejor será: primero, ejercicio físico; después, ejercicio mental.

Una quimera que persigo siempre es crear algo así como una gramática que tuviera unos presupuestos distintos a las actuales. Una pequeña obrita que recogiera mis saberes lingüísticos para la enseñanza de una lengua. Pero eso supondría unos estudios técnicos  
y unos recursos y una planificación que por ahora no me son dados.

Otra actividad, propuesta por mi hermano, y que veo con buenos ojos, es ponerme a leer toda la literatura de un momento literario y hacerme experto en ella y así especializarme por mi cuenta pero no le doy nunca comienzo.

Este blog me ha servido de un estímulo incalculable para ponerme a escribir, aunque no sean más que reflexiones y valoraciones mías de cuya utilidad dudo mucho para los demás. Aún así, es una de las excusas primordiales, además de leer la prensa en internet, para levantarme.
Toda la actividad que suelo llevar, la suelo llevar por las tardes, cuando ya mi mente se ha serenado de pensamientos negativos sobre mi pereza, mi falta de estímulos para madrugar y mi irresponsabilidad al dejar abandonado mi cuerpo en manos de lienzos y mantas subyugantes.
No hago mal a nadie más que a mí mismo por dejar que mi vida se agoste en posición horizontal tanto tiempo que otros aprovechan para haber hecho ya muchas cosas. Lo superaré y haré cosas, si no prodigiosas, dignas de un profesor jubilado.



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