viernes, 18 de enero de 2013

Me encuentro varado en el tiempo
como podría estarlo un barco inglés en una isla ignota del Pacífico.
El jugo de las letras no alimenta.
Sólo entretiene un poco el paladar.
Calma chicha metido en el barco de la molicie.
Las sábanas encubren la falta de deseo narrativo.
Las conversaciones que oigo en el bar son viento, ceniza, humo.
Yo mismo parezco un cuerpo que avanza en la ineptitud.
Me tiene anestesiado una provechosa paga de pensión.
El tiempo se detiene un rato frente a un café, 
frente a la ventana, frente a la nada de la indecisión.
La novela que escribo se ha convertido en un montón de palabras
como un ejército vencido que desea la paz y el olvido.
Quizás el mar me diera la respuesta de los acontecimientos vulgares
que se dan todos los días al retortero de mi existencia.
pero el mar está lejos y está frío y está oculto y está vedado.
Yo soy yo y mi voluntad. Mi voluntad vuela, yo ando a ras
de la acera, lugar donde nadie vio nunca nada maravilloso.
Esta ciudad aprieta el corazoncito de sus habitantes hasta dejarlo
tullido en medio del pecho.
Quizás el mar aplaudiera si yo le mirara desenroscarse en olas.
pero el mar está lejos y está frío y no me quiere aún.

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