lunes, 21 de enero de 2013

la olla.

Se jubiló. Lo celebró con un montón de gente que le quería. Sesenta años en "Quesería Gómez" no habían estado mal. Se compró un piso en la costa y se fue a vivir en él. Recordó sus tiempos con Ana, su mujer y sus hijos. El recuerdo le fue llenando, llenando y entonces decidió hacerse un horario. Un horario que le distrajese de sus pertinaces recuerdos. Un día, vio una receta pegada a un bote de tomate del supermercado y en la hora referida a "hacer la comida" de su horario personal, se empeñó en realizar esa receta.
Se trataba de unos garbanzos con repollo.
Metió en la olla nueva garbanzos puestos a remojo el día de antes, un repollo entero (pues no sabría qué hacer con medio repollo por ahí rodando), vinagre, pimienta negra, aceite y sal. Lo tapó y aquello empezó a soltar vapor. Había que dejarlo todo cocer por un cuarto de hora. Se limitó a fumarse un cigarro mientras tanto.
Pero la cocina empezó a llenarse de un denso vapor hasta formar unas nubecillas en el techo. El hombre empezó a sudar por efecto del calor que se desprendía del agujerito por donde se expansionaba el cocido y de forma gradual pero persistente, se formó un microclima en la cocina con un olor indefinido a legumbre y verdura ácidas hasta que todo ese gas oprimido estalló en forma de lluvia que le caló toda la ropa.
El jubilado no daba crédito a lo que estaba viviendo.
Al cuarto de hora apagó la olla empapado de una agua olor a caldo, la lluvia cesó, salió a la playa a secarse y después comió el cocido más rico de su vida. Después de la siesta incluida en el horario que se fabricó, se lo contó a un vecino pero no quiso creerle. Incluso añadió que el hombre se estaba volviendo chocho e inventor de embustes. A la tarde empezó a llover pero la lluvia no traía ese olor a cocimiento del mediodía.

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